jueves, 29 de septiembre de 2016

HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO EN SANTA MARTA


Si te sientes triste, deprimido y sin ganas de vivir, el Papa Francisco dice que hagas esto...



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(RV).-  ¿Qué sucede en nuestro corazón cuando experimentamos la “desolación espiritual”? Es la pregunta que el Papa Francisco planteó en su homilía de la Misa matutina centrada en la figura de Job. El Santo Padre hizo hincapié en la importancia del silencio y de la oración para vencer los momentos más oscuros. Y con ocasión de la memoria litúrgica de San Vicente de Paúl, ofreció esta celebración eucarística por las religiosas vicentinas, las Hijas de la Caridad, que presentan servicio precisamente en la Casa de Santa Marta.
“Job tenía problemas: había perdido todo”. El Papa Bergoglio desarrolló su homilía a partir de la Primera Lectura que nos muestra a Job que ha perdido todos sus bienes, e incluso a sus hijos, si bien aunque se siente perdido, no maldice al Señor.
Todos antes o después vivimos una gran desolación espiritual
Job vive una gran “desolación espiritual” y de deshago ante Dios. Es el desahogo de un “hijo ante el padre”. Así se comporta también el profeta Jeremías quien se desahoga con el Señor. Pero ambos jamás blasfeman:
“La desolación espiritual es algo que nos sucede a todos nosotros: puede ser más fuerte, más débil… Pero aquel estado oscuro del alma, sin esperanza, difidente, sin ganas de vivir, sin ver el fin del túnel, con tanta agitación en el corazón y también en las ideas… La desolación espiritual nos hace sentir como si tuviéramos el alma aplastada: no logra, no logra, y tampoco quiere vivir: ‘¡Es mejor la muerte!’. Es el deshago de Job. Mejor morir que vivir así. Nosotros debemos comprender cuando nuestro espíritu se encuentra en este estado de tristeza extendida, que casi no hay respiración: a todos nosotros nos sucede esto. Fuerte o no fuerte… A todos nosotros. Entender qué sucede en nuestro corazón”.
Esta es la pregunta que podemos hacernos, añadió el Papa: ¿Qué se debe hacer cuando nosotros vivimos estos momentos oscuros, a causa de una tragedia familiar, de una enfermedad, o cualquier cosa que nos deprima? Y agregó que hay quien piensa en tomar una pastilla para dormir y alejarse de los hechos, o tomar dos, tres o cuatro copas. A la vez que recordó que esto no ayuda. Mientras la liturgia del día – dijo Francisco – “nos hace ver qué hacer con esta desolación espiritual, cuando somos tibios, estamos decaídos y sin esperanza”.
Cuando nos sintamos perdidos, rezar a Dios con insistencia
En el Salmo responsorial, el 87, está la respuesta, recordó el Papa: “Que llegue a ti  mi oración Señor”. Es necesario rezar – dijo el Obispo de Roma –, rezar con fuerza, como hizo Job: gritar día y noche a fin de que Dios nos escuche:
“Es la oración de llamar a la puerta, ¡pero con fuerza! ‘Señor, estoy lleno de desventuras. Mi vida está al borde del infierno. Estoy entre aquellos que descienden a la fosa, soy como un hombre ya sin fuerzas’. Cuántas veces nos sentimos así, sin fuerzas… Y ésta es la oración. El mismo Señor nos enseña a rezar en estos momentos feos. ‘Señor, me has echado en lo profundo de la fosa. Pesa sobre mí tu furor. Que mi oración llegue hasta ti’. Ésta es la oración: así debemos rezar en los momentos más feos, más oscuros, de mayor desolación, más aplastados, que precisamente nos aplastan. Esto es rezar con autenticidad. Y también desahogarse como se desahogó Job con sus hijos. Como un hijo”.
El Libro de Job también habla del silencio de los amigos. Ante una persona que sufre – dijo el Papa – “las palabras pueden hacer mal”. Lo que cuenta es estar cerca, hacer sentir la cercanía, “y no hacer razonamientos”.
Silencio, presencia y oración, así se ayuda verdaderamente a quien sufre
“Cuando una persona sufre, cuando una persona se encuentra en la desolación espiritual – reafirmó Francisco – se debe hablar lo menos posible y se debe ayudar con el silencio, la cercanía, las caricias y su oración ante el Padre”:
“Primero: reconocer en nosotros los momentos de la desolación espiritual, cuando estamos en la oscuridad, sin esperanza, y preguntarnos por qué. Segundo: rezar al Señor como nos enseña hoy la liturgia con este Salmo 87 en el momento de la oscuridad. ‘Que mi oración llegue a ti, Señor’. Y tercero: cuando yo me acerco a una persona que sufre, tanto por enfermedad como por cualquier tipo de sufrimiento, pero que es propio de la desolación, silencio; pero silencio con tanto amor, cercanía, caricias. Y no hacer razonamientos que al final no ayudan, sino que incluso le hacen mal”.
“Oremos al Señor  –  concluyó Francisco – para que nos dé estas tres gracias: la gracia de reconocer la desolación espiritual, la gracia de rezar cuando nosotros nos encontremos sometidos a este estado de desolación espiritual, y también la gracia de saber acompañar a las personas que sufren momentos feos de tristeza y de desolación espiritual”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).


domingo, 25 de septiembre de 2016

LECTURAS Y HOMILIA XXVI DOMINGO ORDINARIO

Ciclo C

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."


AMOS 6, 1a.4-7
SALMO 145, 7-10
1 TIMOTEO 6,11-16
LUCAS 16, 19-31


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.


 

domingo, 18 de septiembre de 2016

LECTURAS Y HOMILIA XXV DOMINGO ORDINARIO

Ciclo C

"Alabad al Señor que alza al pobre. "




AMOS 8, 4-7
SALMO 112, 1-8
1 TIMOTEO 2, 1-8
LUCAS 16, 1-13

Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.






sábado, 10 de septiembre de 2016

LECTURAS Y HOMILIA DOMINGO XXIV ORDINARIO

Ciclo C

"Me pondré en camino, adonde está mi Padre."





EXODO 32, 7-11.13-14
SALMO 50, 3-4.12-13.17.19
1 TIMOTEO 1, 12-17
LUCAS 15,1-32


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.



..."La misericordia de Dios no nos alcanza sin nuestra conversión; reclama de nosotros la oración, el silencio, el perdón."


domingo, 7 de agosto de 2016

LECTURAS Y HOMILIA DOMINGO XIX ORDINARIO

Ciclo C
"Porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón..."
                              


SABIDURIA 18,6-9
SALMO 32,1.12.18-22
HEBREOS 11, 1-2.8-13.16-19
LUCAS 12, 32-48


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.


martes, 2 de agosto de 2016

HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO MISA CLAUSURA JMJ CRACOVIA 2016



    

Texto completo de la Homilía del Papa Francisco en la Misa de clausura de la JMJ Cracovia 2016:
 
Queridos jóvenes: habéis venido a Cracovia para encontraros con Jesús. Y el Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,1-10). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el Evangelista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.
Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros.
El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre. Entendéis entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea. Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio.
Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado.
Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habréis experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. 
Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo —nos dice el Evangelio— «corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito».
Queridos jóvenes, no os avergoncéis de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz. No tengáis miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No os dejéis anestesiar el alma, sino aspirad a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad.
Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que os bloqueen, tratando de haceros creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de vosotros, porque creéis en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengáis miedo, pensad en cambio en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que os juzguen como unos soñadores, porque creéis en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No os desaniméis: con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representada por vosotros aquí.
Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Jesús mira nuestro corazón, tu corazón, mi corazón. Con esta mirada de Jesús, podéis hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que os digan «qué buenos sois», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No os detengáis en la superficie de las cosas y desconfiad de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalad bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que habéis recibido gratis de Dios, dadla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan.
Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: «Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). Date prisa, porque hoy es necesario que me quede en tu casa. Ábrele la puerta de tu corazón.
Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.
Jesús, a la vez que te pide de ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios.
Fiaros del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos.

domingo, 31 de julio de 2016

LECTURAS Y HOMILÍA DEL XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo C


ECLESIÁSTICO 1,2; 2, 21-23
SALMO 89
COLOSENSES 3, 1-5. 9-11
LUCAS 12, 13-21

Homilía  P. Salvador Villota   O. Car.                                  Archivo de sonido: Pulsar para escuchar