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martes, 14 de abril de 2020

TEMPLOS ABIERTOS PARA REZAR


CARTA ABIERTA DE P. SALVADOR VILLOTA Y P. SALVADOR BATALLA, O. CARM.

Parroquia San Isidoro Ob. de Valencia


Templos abiertos para rezar

En esta última semana, la policía ha entrado en diversas iglesias, por ejemplo: el Viernes Santo irrumpieron en la catedral de Granada durante la celebración de los oficios, con una veintena de feligreses; en la parroquia de Santos Juan y Pablo en San Fernando de Henares, el 13-abril-2020, mientras celebraba la misa el párroco con cinco feligreses; y también ha ocurrido en otras localidades de Cádiz, Sevilla, Barcelona [en Valldoreix]). Tras entrar en el templo, la policía amenaza con sancionar y obligan a detener la celebración y a desalojar la iglesia. No hay modo de argumentar con ellos, ni de defenderse, ya que hacen caso omiso de lo que refleja el artículo 11 del Decreto de Estado de Alarma y de los justificantes que tienen los fieles sellados y firmados por el obispado o, en su nombre, por el párroco.
El BOE núm.67 del 14-marzo-2020 (Real Decreto 463/2020), con las actualizaciones pertinentes hasta la fecha de hoy (14-abril-2020), dice así en su artículo 11 (Real Decreto 465/2020, del 11 de abril de 2020):
Artículo 11. Medidas de contención en relación con los lugares de culto y con las ceremonias civiles y religiosas.
La asistencia a los lugares de culto y a las ceremonias civiles y religiosas, incluidas las fúnebres, se condicionan a la adopción de medidas organizativas consistentes en evitar aglomeraciones de personas, en función de las dimensiones y características de los lugares, de tal manera que se garantice a los asistentes la posibilidad de respetar la distancia entre ellos de, al menos, un metro.
A esto hay que añadir que, acerca de las cuestiones operativas sobre medidas restrictivas del Real Decreto 463/2020, se observa que “no” se efectúen ceremonias civiles o de culto religioso; pero uno se cuestiona: ¿Dónde? ¿De qué tipo? ¿En qué condiciones?, puesto que las observaciones tienen que ver con restricciones de sepelios o actos fúnebres (sobre lo que también habría mucho que decir).
Los obispados dan distintas posibilidades para mantener las iglesias abiertas y mantener el culto. Algunas diócesis lo reducen mucho, como es el caso de Valencia. El 13 de marzo de 2020, e instándonos a seguir las indicaciones que señalan las autoridades y guiados por la caridad para no favorecer el contagio, nuestro arzobispo añadía, entre otras normas u orientaciones, la siguiente:
Manténganse los templos abiertos para que los fieles puedan rezar ante el sagrario o ante sus imágenes de devoción.
Nosotros, desde el primer día, hemos seguido estas orientaciones, que ayer, día 13 de abril de 2020, nos fueron confirmadas por el Vicario Episcopal. Hemos mantenido abierta la iglesia (de San Isidoro Obispo) una hora y media por la mañana (de 9.15 a 10.30) y una hora por la tarde (de 20.00 a 21.00). A esas horas hay un sacerdote también confesando, por si alguien entra en la iglesia y quiere recibir el sacramento de la reconciliación; además, durante la hora vespertina, hemos expuesto el Santísimo y rezado el rosario con los pocos fieles que vienen y cuyo número fluctúa entre 6 y 12. Dada la amplitud del espacio del templo, en el que caben unas 700 personas sentadas, la docena de feligreses se sienta separadamente y con mucho espacio entre ellos; algunos vienen también con mascarilla e, incluso, con guantes.
Pues bien, el pasado Domingo de Resurrección, el 12 de abril, abrimos el templo por la tarde, a las 20.00 horas como de costumbre. Yo, p. Salvador Villota — carmelita — estaba rezando el rosario, con el Santísimo expuesto. Hacia las 20.30, entraron dos policías y me instaron a concluir la oración y a desalojar el templo. A esa hora, estábamos nueve personas rezando y distanciados unos de otros, realidad que el policía que a mí se dirigía reconoció. Con todo no se atuvo a razones. Les dije que primero iba a concluir las letanías y haría seguidamente la reserva del Santísimo, y que sólo entonces saldría la gente de la iglesia. Consintieron y así se realizó. Todo transcurrió sin violencia, y los hermanos regresaron a sus casas sin más incidencias.
Entre las cosas que me dijeron es que por aplicación del Decreto nadie puede salir de casa para venir a la iglesia, y también me avisaron de que, en esta ocasión, no nos iban a sancionar, pero — dejó sobrentendido — así lo harían si hubiera reincidencia. Según su interpretación, por lo tanto, nadie puede salir de casa para acercarse a un templo a orar y lo publicado en el nº 11 del BOE tendría que ser interpretado así. Hay muchas cuestiones, al mismo tiempo, sobre este modo de actuar: ¿Se puede entrar armado en un lugar sagrado y paralizar sin más el acto que se está llevando a cabo? ¿No es necesario un requerimiento judicial para tal actuación? ¿Se atienen verdaderamente a lo que dictamina la ley arriba indicada y va también vinculada a ella la amenaza de sancionar o denunciar?
Desde ayer, 13 de abril, abrimos la iglesia, pero, siguiendo lo que nos han dicho en el obispado, esto es: no exponemos el Santísimo, ni rezamos en común el rosario. El fiel que venga a la iglesia debe rezar privadamente, en silencio. ¡Así están las cosas! Con toda la buena intención, “silenciamos” a Dios casi hasta en el templo, debido a las presiones civiles-militares que se están sufriendo y al “miedo” petrificador con que nos contagia el mismo miedo a contagiarnos (Cf. Heb 2,15)
Ante todo esto: ¿qué decir? Después de estar un mes en casa recluidos, debemos pensar un poco en esta situación y obrar, como cristianos, en consecuencia. En primer lugar, debe quedar claro que nadie quiere contaminarse ni contaminar a otros. No somos insensatos, ni queremos obrar neciamente; buscamos el bien físico y espiritual nuestro y de los demás. Y consideramos, por nuestra fe, que este último, el bien espiritual, es primario. Al mismo tiempo, sabemos que, en los momentos difíciles — y difícil es el que estamos viviendo —, es el que normalmente se ve relegado, amansado (para no tener ni crear “problemas”), negado o incluso perseguido.
En segundo lugar, los cristianos no podemos dejar a Dios fuera de esta situación. Nos reclama que le pongamos en primera fila. Según las Escrituras, Dios está detrás de todo, siempre presente en cuanto Creador y siempre buscando, en cuanto Salvador, el bien del hombre, de tal modo que nada permite que no esté en función de ese bien.
En tercer lugar, también en estas circunstancias está presente el pecado del hombre. Desde el Génesis — y mal que nos pese —, sabemos que llevamos bien “pegado” a nosotros nuestro pecado y que éste repercute en la historia humana negativamente. Y, detrás del pecado y por medio de él, también sabemos nosotros — que caminamos en la Luz — que siempre está escondido, como es su táctica habitual, el Maligno. La plaga actual afecta a todo el mundo, y muy particularmente a los países “avanzados”. Las inmoralidades e incluso maldades realizadas en estas naciones, y que también se quieren extender globalmente, son conocidas (aunque no se reconozcan y se asuman y consideren, incluso legalmente, como “libertades” y avances en “humanidad”). China, por ejemplo, ha perseguido a los cristianos, ha matado a millones de niños (sobre todo niñas) controlando hasta límites impensables la natalidad; y los derechos legítimos, como el de la libertad religiosa y de propiedad privada, están seriamente cuestionados o simplemente son inexistentes; España e Italia, tan golpeadas por el virus, tienen que hacer un serio examen de conciencia; en España se cuentan anualmente unos 90.000 abortos, se pretende implantar la eutanasia, y establecer la ideología de género como pensamiento único... Y a todo ello se unen los millones de afectados por las guerras, los exiliados, los emigrantes, los que pasan hambre, el abuso contra la naturaleza…, todo lo cual es un clamor que se eleva hasta el cielo y pide justicia a Dios. También la Iglesia ha reconocido sus graves “pecados” y debe continuar orando para que Dios tenga misericordia de ella y de todos los hombres que los están cometiendo y no son capaces de reconocerlo.
Ahora, ante la pandemia que padecemos, queremos tener el cuerpo sano y no caer enfermos. Pero debemos recordar que Dios cura ciertamente el cuerpo, pero después de haber sanado el alma: primero reclama la conversión, el arrepentimiento, el cambio de actitudes contrarias al bien o inmorales. Dios acorta los tiempos en la medida en que nos convertimos, en la medida en que ve preparada el alma para continuar adelante. Es más: cuando cura el cuerpo, esa misma curación está en función de que se viva honestamente y no se peque más (Cf. Jn 8,11) y se caiga entonces en algo peor, como es la “parálisis mortal” del alma (que preanuncia su condena; Cf. Jn 5,1-15, sobre todo los vv.8-9 y 14).
La curación del paralítico llevado por cuatro hombres en Mc 2,1-12 deja claro ese obrar de Dios en su Hijo Jesús y revela lo que verdaderamente quiere de nosotros: antes de curarle el cuerpo le dice: “tus pecados te son perdonados” (Mc 2,5); sólo después le cura la parálisis, como signo de esa sanación interior que en Él encontramos (Mc 2,11-12). Dios busca salvarnos, no simplemente “curarnos”, y el verbo griego “salvar” (sōzein) tiene en cuenta esta verdad y señala que es necesario abandonar el pecado, para llegar a la curación del cuerpo. Los cristianos tenemos que orar por este perdón que necesitamos y necesita la humanidad entera en estos momentos.
Por eso, el Cristo-de-la-Peste fue sacado en procesión en el s. XVI, en 1522, por las calles de Roma. Fue el signo de que Cristo no se aleja de los afectados en cuerpo y alma, sino que va a su encuentro. Ahora, en esta peste global, no se ha hecho así. De algún modo, nos avergonzamos un poco y todavía no nos damos cuenta de que a Cristo, a Dios, no debemos recluirlo, casi “silenciarlo” junto a una columna, sino “elevarlo” (como Moisés elevó a la serpiente en el desierto) y mostrarlo a todos para que se vislumbre que tiene “mucho que decir” en esta situación. Y aquí, en Valencia, es la Virgen de los Desamparados, nuestra Madre, la que tendría que “caminar” públicamente por las calles.
En definitiva, pensamos que, asumiendo y poniendo en práctica todos los cuidados y las precauciones necesarias (guantes, mascarillas, distancias, etc.), las iglesias deben estar abiertas e, incluso, se debería poder orar juntos y celebrar la misa. Jesús nos enseña que “el que guarda su vida, la perderá”: y la hemos guardado, en cuanto al cuerpo y le estamos “cuidando”, sin duda; pero ahora toca ir “perdiendo la vida por Él, para ganarla” y ganar también la salud y la salvación de todos los hombres (Cf. Mc 8,34-38). Los cristianos deben saber, por tanto, que, igual que van a la farmacia o a Mercadona o a pasear el perro, pueden (y deben) entrar en el templo a golpearse el pecho y a pedir perdón al Señor por ellos, por la Iglesia y por toda la humanidad.
Que el Señor, rico en misericordia, escuche nuestras oraciones y que su bendición os alcance a todos y renueve la humanidad entera.
Fraternalmente en Cristo,

p. Salvador Villota Herrero, O.Carm.
p Salvador Batalla Villalonga, O.Carm




1 comentario:

  1. Le sobra la mitad de los argumentos que nada tienen que ver con el asunto del derecho a abrir el templo y celebrar la fe. De esto iba el asunto y era suficiente proclamarlo. El resto, una forma de ver el mundo socialmente sesgada en sus males y con un uso de la Escritura igual de sesgado. No veo por qué unir la actuación pastoral, legítima, con tanto juicio teológico y moral "particular". Paz y bien.

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