domingo, 31 de diciembre de 2017

LECTURAS Y HOMILIA FIESTA SAGRADA FAMILIA

Ciclo B

"Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos."


ECLESIASTICO 3,2-6.12-14
SALMO 127,1-5
COLOSENSES 3,12-21
LUCAS 2,22-40


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                              Archivo de sonido: pulsar para escuchar.


lunes, 25 de diciembre de 2017

LECTURAS Y HOMILIA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Ciclo B
..."hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor"...


ISAIAS 52,7-10a
SALMO 97,1-6
HEBREOS 1,1-6
JUAN 1,1-5.9-14

Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido. pulsar para escuchar.




ORACIONES PARA RECORDAR

GLORIA IN EXCELSIS DEO.
GLORIA A DIOS EN EL CIELO, Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES...




¡ FELIZ NAVIDAD !


domingo, 24 de diciembre de 2017

LECTURAS Y HOMILIA IV DOMINGO ADVIENTO

Ciclo B


"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo."


2 SAMUEL 7,1-5.8b-12.14a.16
SALMO 88,2-5.27.29
ROMANOS 16,25-27
LUCAS 1,26-38


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.




¿Quién es el P. Salvador Villota?

Religioso y sacerdote carmelita de la provincia Aragón-Castilla-Valencia.
Doctor en Ciencias Bíblicas por el Instituto Bíblico de Roma.
Actualmente es profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia (España).
Desde estas líneas queremos agradecerle tanto su celo y dedicación, como su consentimiento para publicar estas homilías, en la confianza de que pueden hacer un gran bien a aquellos que las escuchen.

sábado, 23 de diciembre de 2017

LECTIO DIVINA 22 DICIEMBRE

GRUPO CARMELITA SAN ISIDORO OBISPO

"Buscad leyendo y hallareis meditando; llamad orando y abriros han contemplando."
San Juan de la Cruz



1 SAMUEL 2,1-7
LUCAS 1,46-56

Reflexiones por P. Salvador Villota, O. Carm.                      Archivo de sonido: pulsar para escuchar.

 

viernes, 22 de diciembre de 2017

NAVIDAD PARA EL MUNDO, NAVIDAD PARA EL CRISTIANO

Navidad para el mundo,
navidad del cristiano
Enseñándonos acerca de su retorno glorioso, afirma nuestro Señor Jesús que nadie sabe el cuándo, excepto el Padre (Cf. Mt 24,36; Mc 13,32), y que, por este motivo, debemos estar atentos, pues, a simple vista, el mundo, la humanidad, continuará con su ritmo, ajetreo y comportamiento habituales:
«Como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por esto, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mt 24,37-44).
El nacimiento del Señor Jesús en Belén hace más de 2000 años, aconteció también en medio de un mundo que, afanado e interesado en sus cosas (Cf. Lc 2,1-3), no reparó en el más asombroso e indecible evento que, en medio de él, estaba acaeciendo: Dios mismo, el Creador de cielos y tierra, nacía de mujer, Hombre entre los hombres, sometiéndose a la Ley y a la frágil y mortal condición humana (Ga 4,4-5; Cf. Lc 2,6-12; Mt 1,25).
El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio, dice que el nacimiento del Verbo significa la venida de la Luz en medio de las tinieblas. Él, Jesús, el Verbo de Dios encarnado, es la Luz — como Él mismo proclamará de sí: «Yo soy la luz del mundo» (8,12) —, mientras que el mundo, la humanidad, habita en las tinieblas. Y tanto es así, que “los suyos”, el pueblo de Israel en el que el Señor-Dios había suscitado la luz de la fe y depositado la esperanza mesiánica, no lo recibió. Las tinieblas caracterizan, en efecto, a la humanidad y éstas no sólo expresan la pequeñez, vulnerabilidad y limitación propias del ser criaturas, sino también el estado de dureza de corazón, de pecado y de oposición al bien, de egoísmo y soberbia, de enemistad, en definitiva, con Dios. El rechazo, la pasión y crucifixión de Jesús manifestarán esas terribles y malvadas tinieblas que ahogan el corazón humano.
Sin embargo, al igual que en tiempos de Jesús, también entre todos los hombres de esta generación nuestra, hay algunos en los que la gracia de Dios no ha sido vana y ha producido el gran milagro de la fe en su Hijo. Y éstos, tocados por la potencia de Dios, por su Espíritu, han comenzado a vivir un nuevo nacimiento en Dios (Jn 1,12-13). Ellos, convertidos en luz, en medio de las tinieblas (Cf. Mt 5,14-16), se ven impulsados a vivir como Aquel en quien creen y en quien gustan la verdadera Vida (Cf. Jn 4,14; 6,35; 14,6).
En efecto, esperando vigilantes la manifestación gloriosa del Señor, ante quien, como sabemos, ya tendremos que comparecer en el momento de nuestra muerte, los cristianos queremos conducirnos como “en pleno día”, es decir: como quienes caminan a la Luz del Señor, como quienes ven el mundo y las cosas del mundo con los ojos de Dios y no con los ojos de los políticos o poderosos, como quienes viven — en la fe, esperanza y caridad — una relación personal con el Dios vivo y verdadero que es amor y que ama el bien y aborrece el mal. Por eso, los cristianos, “habiendo gustado que Dios es bueno y nos ama hasta el extremo” (Cf. Sl 34,9; 1P2 2,3; Jn 13,1), «hemos de comportarnos reconociendo el momento en que vivimos, pues ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revistámonos más bien del Señor Jesucristo, y no demos pábulo a la carne siguiendo sus deseos» (Rm 13,11-14).
¡Ay!, ¡Lo sé! No es fácil vivir esto a lo que Dios nos exhorta por medio del apóstol Pablo. Estamos en el mundo, aunque no le pertenezcamos (Jn 15,19), y, a la luz de Cristo, experimentamos que el mundo, en la “mundanidad” que ofrece, odia la verdad de Dios y también odia, por ello, el modo como queremos y debemos vivir en el Señor Jesús (Cf. Jn 15,20-27). Por eso, en este tiempo de Navidad, el mundo y, a través de él, el Tentador, nos lo pondrá difícil: nos tentará a que volvamos a las tinieblas, a la mundanidad y a vivir “oscura y tenebrosamente” la Navidad; nos instigará a pensar que lo único que cuenta es pasarlo lo mejor posible; nos insidiará para que nos evadamos y alienemos de la verdadera situación del mundo — que es el modo como Dios la ve —, y a ignorar y menospreciar la salvación que ahora, en este tiempo propicio, nos ofrece en su Hijo Jesús.
Sí, se nos invitará y presionará a vivir entregados a las comilonas y a los excesos de bebida típicos de nuestra sociedad y mundo occidental: “Total — se nos dirá —: pensad que es un día”. Y se nos bombardeará a exagerar las compras, estimulándonos el deseo de poseer y la vanidad de la vista y de la carne. Se nos propondrá, en fin, divertirnos en juergas, en miradas lascivas, en pasiones insensatas, en experiencias “nuevas” ajenas y contrarias a la vida en Cristo.
Tiempo de Navidad. Tiempo en el que la realidad del mundo, del mundo sin Dios, continúa presente. Tiempo de ofertas mundanas, pero tiempo también de gracia en el que debemos entrar y para el que nos preparó el santo tiempo del Adviento. Por eso, el cristiano, sacado graciosamente por Cristo de la noria de la mundanidad (Cf. Jn 15,19), combate el buen combate de la fe (Cf. 1Tim 6,12) y no cesa de luchar por vivir en la Luz, consciente de que la vida humana, su misma vida, está transcurriendo en un “valle de lágrimas”. El cristiano ya no es un ignorante del dolor que produce el pecado, ni del sufrimiento que provoca el orgullo y el egoísmo en las relaciones con el prójimo, ni de la amargura causada por las enfermedades, ni de la angustia de los malentendidos, ni de la idolatría en que nos enfrasca la avaricia, ni del sinsentido y tedio que envuelve la vida vaciada de Dios. Lo conoce y lo afronta cada día con el amor que recibe del Señor, sabedor de que, sólo de ese modo, muere un poco más a sí mismo, al mismo tiempo que “nace” Cristo un poco más en él.
Así pues, abierto al Cristo naciente, el cristiano lucha por revestirse de los sentimientos de su Señor Jesús (Cf. Rm 13,14; Flp 2,5-9), tratando de llegar a ser, él mismo y el entorno donde vive, un “pesebre” en el que la Sagrada Familia pueda espiritualmente habitar. Y ¿cómo se reviste de Cristo? Combatiendo — afirmado en su fiel e inmenso amor —, para vencer el mal a fuerza de bien: prefiriendo, por ejemplo, dar un paso atrás en la soberbia y un paso adelante en la humildad; o cohibiendo su ira, reprimiendo su cólera y eligiendo perdonar y obrar con mansedumbre; o afirmándose en el Señor para rechazar una oferta de desenfreno que “con la mejor intención” unas “amistades” pueden hacerle; o acercándose, a impulsos del Espíritu, a paliar un poco la soledad de los padres o abuelos… que le reclaman estar a su lado y darles otro beso lleno de cariño; o mostrando un poquito de ternura y comprensión hacia la esposa o el esposo o los hijos o los hermanos...
Sin duda, el amor, el amor cristiano, tiene ojos para ver el sufrimiento que los demás no ven, corazón para hacerlo suyo, manos para realizar el bien que nadie podría ni querría realizar y palabras que llenan de consuelo y de sabor a eternidad. Por eso Navidad para el cristiano es Navidad de verdad. Si come o bebe, lo hace con templanza y dando gracias a Dios y pidiendo de corazón por aquel que nada tiene; si tiene salud y paz, da gracias por ello, aunque dolorido en su alma al pensar en tantos hermanos aplastados por la violencia, por las guerras, por la lujuria, por la enfermedad, por la miseria… y todo porque no quiere otra bienaventuranza para sí que aquella que le ofrece su Señor, la bienaventuranza de “los pobres en el Espíritu, de los mansos, de los que lloran, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los hambrientos, sedientos y perseguidos por causa de la justicia, de los que trabajan por la paz…” (Mt 5,3-12). Sí, Navidad para el cristiano es amor a la Verdad, a la Luz sin ocaso, a Cristo encarnado que quiere identificarse con cada necesitado (Cf. Mt 25,35-36).
¡O buen Señor nuestro Jesucristo! El cristiano, cada Navidad y siempre, no desea otros cuidados que aquellos mismos que, en Belén, te prodigaron María y José, verdaderos custodios y guardianes del Amor-misericordioso de Dios que eres Tú, Señor nuestro. Por eso el cristiano quiere acostarse, una vez más, en tu “pesebre”, no deseando otra cosa que estar contigo, que vivir unido a Ti, que vivir en Ti. Y contigo quiere hacerse pequeño y necesitado, para nacer, renacer en ti, y poder, en ti, amar a todos los hombres, a todos, porque todos viven en este valle de lágrimas que sólo Tú, “Dios con nosotros”, Emmanuel, puedes transformar en el Valle de la Eterna Alegría. ¡Ven, Señor, Jesús!


P. Salvador Villota Herrero, Carmelita (O.Carm.)

domingo, 17 de diciembre de 2017

LECTURAS Y HOMILIA III DOMINGO ADVIENTO

Ciclo B


"Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión."



ISAIAS 61,1-2A.10-11
SALMO: LUCAS 1,46-50.53-54
1 TESALONICENSES 5,16-24
JUAN 1,6-8.19-28


Homilía Misa del sábado por P. Salvador Villota, O. Carm.               Archivo de sonido: pulsar para escuchar.

Homilía Misa del  domingo por P. Salvador Villota, O. Carm.           Archivo de sonido: pulsar para escuchar. 

 



sábado, 16 de diciembre de 2017

GRUPO CARMELITA DE ORACIÓN


Curso 2017-2018


DE LA TIERRA AL CIELO


1. El corazón del hombre proyecta su camino (Pr. 16,9)


14 - Diciembre - 2017





P. Salvador Villota   O. Carm.                                                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar

viernes, 15 de diciembre de 2017

EL ADVIENTO. Nazaret, José de Nazaret y llegar a ser "nazarenos"

El Adviento
Nazaret, José de Nazaret y llegar a ser «nazarenos»
Un lugar emblemático y central en Navidad es Belén. Nadie lo pone en duda. Belén, en hebreo: Bêt-lehem, esto es, “la casa [hogar, ‘templo’] del pan”. Un significado que llena de sentido nuestra fe cristiana, sabedores de que Jesús, nuestro Dios y Señor, es “el verdadero pan bajado del Cielo” (Cf. Jn 6,51.58), “el pan de la vida” (Cf. Jn 6,35.49.50-51) que alimenta nuestro ser para que podamos vivir en Dios, en comunión de amor con Él, «porque el pan de Dios es el que baja del Cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33). Llena de sentido el que Jesús, nacido en Bêt-lehem y envuelto en unas fajas o pañales, fuera depositado en un pesebre (Cf. Lc 2,4-7; también: Mt 2,1), desposándose así simbólicamente con la pobreza y la humildad que más tarde nos enseñaría (Cf. Mt 5,3; 11,28-30; Lc 9,57). Allí, donde los animales encuentran su alimento, quiso Él reposar pobre, pequeño, accesible a todos y todavía necesitado de ser alimentado, aunque ya estuviera nutriendo a toda la humanidad con solo su presencia. Él, el Niño Jesús, alimento y paz. Él, vida y amor de Dios entregados al hombre malvado y pecador.
Todo esto, y mucho más, nos dice Belén, nombre que, con pronunciarlo, ya nos hace recordar la historia de la salvación al vincularnos — también a través de José, el esposo de María y padre “legal” de Jesús — al rey David, en cuya dinastía depositó Dios la promesa del Mesías-Salvador (Cf. 1Sam 16; 2Sam 7). Sin embargo, ahora, en esta reflexión, quisiera que meditáramos un poco sobre otro nombre y lugar hacia el que el AT parece confluir, aunque jamás aparezca “explícitamente” nombrado allí, desde el que el NT da su inicio, y al que, tras la Navidad, todos estamos llamados, de uno u otro modo, a regresar. Me refiero a Nazaret.
Nazaret: nombre y significado
La vida pública de Jesús, en la que los evangelios se detienen más ampliamente, nace de esa pequeña localidad Galilea llamada Nazaret, y hacia ella, con suma paciencia y misericordia, como Pastor que ama a sus ovejas, nos quiere Jesús conducir. Allí donde Él vivió y creció (Cf. Mt 2,23; Lc 1,39-40). Allí donde conoció en su humanidad el verdadero amor de Dios, a través del auténtico y enorme amor humano que recibía de su padre José y de su madre María. Nazaret sabe, por eso, a hogar y a vida ordinaria henchida y bendecida por la presencia de Dios que la transforman y hacen extraordinaria. Hogar y vida que, Jesús, con su enseñanza y obrar y con su muerte y resurrección, desea que se haga realidad en nuestra propia existencia. Sí, toda la significación de Nazaret quisiera el Señor que entrara en nuestro corazón y lo cambiara.
A Nazaret se le asigna un ramillete de significados que, mientras no sean contrarios a la fe que profesamos, ni signifiquen un forzamiento exagerado del término y de su interpretación, no tendríamos porque desechar. Dado, además, que su significado no ha sido fijado por la historia ni la semántica, tenemos “licencia” para dejar que todos ellos nos ofrezcan una amplia significación de este vocablo y, consecuentemente, de este lugar galileo privilegiado y santificado con la presencia de José y de María y, posteriormente, de Jesús.
Así, entre otros posibles significados, a Nazaret, en hebreo Notséret:
(a)   Se le hace proceder de netser, el retoño (Is 11,1), en referencia al descendiente de Jesé, al Ungido del Señor, al Rey esperado que establecerá la justicia y el derecho, y hará fructificar las buenas acciones en toda la faz de la tierra;
(b)   También se dice que proviene de nazir, el consagrado, como es bendecido por Jacob el patriarca José (Gn 49,26) (y Jesús, el hijo de José, puede ser llamado, con toda propiedad, Nazoreo, consagrado);
(c)   Otros sostienen que deriva de nezer, la diadema, aquella que, como canta el salmista, florecerá en la cabeza de David (Sl 132,18: nizrô), ungido rey de Israel;
(d)   O incluso de netsah, la Eternidad, que salmodia David afirmado en su fe en la futura resurrección (Sl 16,11b; Cf. He 2,25b-28).
Con estos y otros significados de Nazaret, ya podríamos reflexionar extensamente sobre Jesús, el Niño esperado y que nos es dado por Dios (Cf. Is 9,5). Y podríamos conformar uno y mil pensamientos con todos ellos diciendo, por ejemplo, que “Jesús es el retoño que no salva y nos consagra (Cf. Jn 17,17-19) para hacer de nosotros una ofrenda agradable al Padre (Cf. Rm 12,1-2), coronándonos con la diadema de su realeza y de su victoria, e introduciéndonos en el gozo eterno al resucitarnos juntamente con Él”.
Sin embargo, pensando en el Adviento y la Navidad, quisiera prestar atención en otro significado de este vocablo, de esta amada ciudad de Dios, y también amada, sin duda, por José, María y Jesús, y por los primeros cristianos.
Al entrar en Nazaret, se encuentra, escrito en latín, un cartel que dice: Notséret, femenino de Notser. Como afirma M. Vidal[1], es importante saber que la letra hebrea nun, N, la N de Notser (guardián, centinela, custodio) masculino de Notséret, está escrita en la cúspide de la historia de Israel, justo tras el drama del becerro de oro (Cf. Ex 32), cuando el humilde y probado Moisés oró al Señor pidiéndole que le dejara “ver su gloria” (Ex 33,18 [vv.12-23]) y el Señor, condescendiente con su amado siervo, se dignó pasar delante de él (Ex 34,6-7). Esta N está en el corazón de una enumeración de Trece Cualidades del Señor, que los judíos llaman “los Trece Atributos del Nombre del Señor”.
Los judíos nazarenos contemporáneos del Señor Jesús conocían esa intimidad entre Moisés y el Señor, y deseaban participar en ella. Estaban tan asombrados de la “suerte” de Moisés que no dejaban de comentar el Paso del Señor por delante de él. De hecho, el pueblo judío lee, ora y repite, con súplica orante, muchas veces, entre el final y el inicio del año hasta el Yom Kippur (a finales del verano) esta manifestación del Señor a Moisés que, dichosamente, quedó escrita en el texto sagrado.
Son trece líneas sacadas de los dos versículos de Ex 34,6-7a, que desvelan el Nombre del Señor. Dicen así:
«Y [Él] pasó, el Señor, cerca de su rostro. Y [Él] gritó:
¡El Señor
El Señor
Dios
Lleno de Ternura
Y de Gracia
Lento a la Cólera
Y rico en Amor
Y Verdad.
Guarda [= Notser] el Amor por millares,
Quita el pecado,
La transgresión
Y la falta,
Y las absuelve!»
Pues bien, en el noveno Atributo, noveno como el tiempo de dar a luz, se dice: “El guarda, Notser, su Amor durante millares [de generaciones]”[2]. Y el judío, en la reiterada repetición de este texto, buscando participar de la misma intimidad que tuvo Moisés con el Señor, escucha lo que el mismo Señor confió de su Nombre a Moisés y a su pueblo, teniendo a Notser, el nombre de Nazaret, en el centro de su corazón.
La lengua hebrea tiene un vocablo para decir “mil”, otro para decir “dos mil” y otro más para decir “mil en plural” (alāpîm). Este último representa, por tanto, más de dos mil, digamos por lo menos tres mil. Y si se habla de tres mil generaciones y se cuentan unos treinta años por generación se llega a 90.000 años como mínimo. Este Amor-Misericordioso de Dios es lo que el judío repite en la liturgia de fin y principio de año y del día de Kippur, repitiendo sus atributos una y otra vez.
En Ex 34,7b, se afirma que el Señor: “No absuelve y visita el pecado de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación”. Visitar (pāqad) se traduce a menudo por “castigar”, pero significa primeramente visitar para procrear y alumbrar, para aconsejar y animar. Pues bien, el niño, humana y psicológicamente, mira los gestos de sus padres e imita sus actos. Si éstos se equivocan y pecan, el hijo, que les ha seguido en su error moral, debe ser “invitado” a volver al buen camino. Y Dios le visita con ese fin. Además, como vemos, no hay comparación entre esta “corrección” divina y “su perseverante Amor misericordioso”, ya que si las consecuencias del pecado se dejan sentir de noventa a ciento veinte años (tercera y cuarta generación), las repercusiones de una acción de amor alcanzan los 90.000 años. Este es el Amor-misericordioso que “guarda, Notser, el Señor”.
Por eso, más allá de todas las discusiones posibles, el significado de Nazaret no debe desligarse, en esencia, de la raíz hebrea nāzar: guardar, librar, vigilar, custodiar, según la cual Nazaret significa: ¡La que guarda! Y, por este motivo, diríamos que la vocación de los primeros cristianos, judíos en su mayoría, debía responder a este nombre.
Caminando hacia la Navidad, también nosotros debemos alegrarnos, uniéndonos a los primeros cristianos, de que el Señor haya deseado ser concebido en Nazaret y de que, posteriormente, arraigara su vida en ella. La ciudad de Jesús debía llamarse Notséret (Notser) porque “el Señor guarda el Amor-misericordioso hacia los hombres”. Y lo dijeron en femenino, al modo oriental, por ternura y pudor. Hablar de Nazaret, Notséret, “la que guarda”, es recordar la responsabilidad, la entrega y la mirada clemente y misericordiosa del Señor hacia toda la humanidad y, particularmente, hacia nosotros cristianos. Su mirada es como un nuevo “guardarnos”, como si Él mismo se maravillara de la Nueva Alianza que sella, dentro de nuestros corazones, en la carne y sangre de su Hijo.
Así pues, caminar en el Adviento es caminar primero hacia Nazaret, donde Dios, como canta María en el Magníficat, manifiesta en la Anunciación-Encarnación que “guarda” sus entrañas misericordiosas de generación en generación (Cf. Lc 1,50.54; también Zacarías en Lc 1,78). Dios, siendo fiel a su pueblo, es fiel a toda la humanidad. María recibía la Vida de Dios en su seno y el porqué de la Encarnación del Verbo en medio de su pueblo. Y éste, el Verbo encarnado, no podía venir de ninguna otra ciudad más que de aquella que nos recuerda que el Señor guarda su Amor-misericordioso. El Mesías que iba a nacer asumía en su Persona toda la significación de esa “guarda” del Señor, de este Dios misericordioso que ama a su pueblo desolado y pecador.
José, el de Nazaret
Jesús, oriundo de Nazaret, será llamado, precisamente, Jesús el Nazareno. Pero Jesús debe su nombre (Jesús) y su apellido (el Nazareno) a José, que asumió la responsabilidad de imponérselo (Cf. Mt 1,21). Sí, a José, el de Nazaret. No podía ser de otro modo, ya que José el “custodio”, o diríamos mejor: José “el que guarda”, asume en su persona el ser “guardián” del amor misericordioso de Dios depositado en María y en el fruto bendito de su seno: Jesús. Por eso dirá Felipe: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Jesús, de quien, en cuanto Dios, ya desveló Moisés que uno de sus atributos sería “el que guarda”, y a quien los profetas se refirieron como raíz (netser) de Jesé y consagrado (nazir). Todo aquello anunciado y ahora cumplido en Jesús debía ser custodiado por José, “verdadero guardián”.
En efecto, José, hombre justo y hombre enamorado, estaba desposado con una mujer santa e inmaculada: María (Cf. Mt 1,18; Lc 1,26-27). José, que significa: Dios-añade, fue el elegido, al que Dios añadió bendiciones: bendecido con María, bendecido con la palabra de Dios a través de los sueños y bendecido con la responsabilidad de ser padre de Jesús, Mesías e Hijo de Dios. Él, José, recibe todas estas bendiciones como expresión del Dios que “guarda” su amor hacia su pueblo, para que las “guardara” responsablemente. José es “guardián”, sin duda, del amor encarnado de Dios, por eso guarda y protege a María y a Jesús, para que puedan realizar su misión de madre y de Mesías, respectivamente, en la historia de la salvación.
Pero José de Nazaret, de la ciudad que significa “La que guarda”, nos enseña que para llegar a ser “custodio” o “guardián” del amor de Dios, es necesario saber esperar. Camino de Navidad, el Adviento es tiempo de saber esperar, de aprender a esperar porque estamos llamados a ser “guardianes”, es decir, “nazarenos” del Amor encarnado de Dios. Y José, que era justo, llegó a ser “custodio” porque esperó y confío siempre en Dios. Se fio en la noche oscura del sufrimiento profundísimo que hería su alma pensando que Dios mismo le separaba de María, su esposa, a quien amaba con todo su corazón. De hecho, sólo el amor pleno le hará ser “custodio” de ese tesoro de Dios que es María y, en ella y con ella, del Tesoro de los tesoros que es Jesús.
Contemplando a José, debemos meditar en su dolor y en su fe, y aprender de él; meditar en su santa duda buscando la voluntad de Dios y en su posterior docilidad una vez esa voluntad le fue manifestada; debemos pensar en su obediencia y humildad, en su entrega y, también, en su júbilo por servir al Señor, júbilo que, tras morir junto a Jesús y María, ha alcanzado su plenitud. En todo ello hemos de reflexionar en este Adviento para aprender a esperar y para comenzar a ser un poco más Nazarenos, un poco más de “los que guardan” en su corazón la Buena Noticia del Amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo.
“Guardando” el Amor misericordioso de Dios, comprendemos que “custodiar” es una vocación a la que todo hombre está llamado. Todos debemos custodiar al prójimo y a la creación, es decir, debemos respetar y amar a todas las criaturas de Dios, sobre todo a las personas que están junto a nosotros y se encuentran más necesitadas de ayuda, de consuelo, de comprensión. Custodiar, según la enseñanza de José de Nazaret, quiere decir vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es donde salen las intenciones buenas y malas: las que destruyen y las que construyen. De ahí que, para “custodiar” en nosotros verdaderamente el Amor recibido de Dios en Cristo-Jesús, tengamos que aprender, primero, a cuidar de nosotros mismos, pues el odio, la envidia, la soberbia, la avaricia, la impureza… ensucian la vida y nos alejan de Nazaret, del Nazareno.
Llamados (a ser) Nazarenos
En He 24,5, Tértulo, un abogado que presentaba ante el procurador romano Félix la acusación del Sumo Sacerdote Ananías, de otros ancianos y de los judíos, contra Pablo, llama a los seguidores de Cristo: nazoreos. Éste es, precisamente, uno de los nombres más antiguos con que eran conocidos los discípulos, antes de que comenzaran a ser llamados “cristianos” en Antioquía de Siria (Cf. He 11,26).
Ellos, los nazoreos, eran “guardianes” del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, del que eran beneficiarios y testigos. Y veían también ese Amor encarnado en ellos mismos. Acaso, ¿no asume en Nazaret, esperando al Nazareno, sentido nuestra historia? ¿Nuestra vida religiosa? ¿No es Nazaret una llamada a adherirnos con total corazón a Aquel que nos “guarda” en su Amor? ¿No es Él el Guardián de nuestra vida? ¿No debemos caminar hacia Nazaret a su encuentro? Allí lo encontró María en la Anunciación y lo encontró José acogiendo a la Anunciada. Y allí, unidos a ellos, debemos encontrarlo también nosotros.
¡Cuántas preguntas suscita entonces Nazaret! ¡Cuántas que nos ayudan a preparar el Adviento y, con ello, la Navidad! A preparar la venida del Señor, de Aquel que, ahora, nos “guarda” en su misericordia (Cf. Ex 34,6-7a), nos “guarda” como a la niña de sus ojos (Dt 32,10), y nos “guarda” para que, acogiendo su palabra y observando su alianza (Dt 33,9), vayamos siendo transformados en un sacrificio vivo y santo, es decir, en verdaderos “nazarenos”.

P. Salvador Villota.  O. Carm.



[1] Sigo aquí ampliamente a: M. Vidal, Un judío llamado Jesús Lectura del Evangelio a la luz de la Torah (Baracaldo 1999).
[2]Mantiene la clemencia hasta la milésima generación” traduce la nueva versión de la Biblia de la Conferencia Episcopal (2011); literalmente en hebreo se diría: “Guarda Misericordia por millares”.

domingo, 10 de diciembre de 2017

ORACIONES PARA RECORDAR.



A Strange Way to Save the World.




LECTURAS Y HOMILIA II DOMINGO ADVIENTO

Ciclo B

"Muéstranos Señor tu misericordia y danos tu salvación."


ISAIAS 40,1-5.9-11
SALMO 84,9-14
2 PEDRO 3,8-14
MARCOS 1,1-8


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.



 

viernes, 8 de diciembre de 2017

VIGILIA SOLEMNIDAD INMACULADA CONCEPCION DE MARIA


Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo.


GENESIS 3,9-15.20
SALMO 97,1-4
EFESIOS 1,3-6.11-12
LUCAS 1,26-38


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.



 

domingo, 3 de diciembre de 2017

LECTURAS Y HOMILIA DOMINGO I ADVIENTO

Ciclo B
"Estad atentos, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento."



ISAIAS 63,16b-17;64,1.2b-7
SALMO 79, 2-3.15-16.18-19
1 CORINTIOS 1,3-9
MARCOS 13,33-37 

Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.