domingo, 22 de enero de 2017

LECTURAS Y HOMILIA III DOMINGO ORDINARIO

Ciclo A
"Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres."



ISAIAS 8, 23B-9,3
SALMO 26,1.4.13-14
1 CORINTIOS 1,10-13.17
MATEO4, 12-23

Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.

lunes, 16 de enero de 2017

LECTURAS Y HOMILIA II DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."


ISAIAS 49,3.5-6
SALMO 39,2.4.7-10
1 CORINTIOS 1, 1-3
JUAN 1, 29-34


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                   Archivo de sonido: pulsar para escuchar.

sábado, 14 de enero de 2017

ÁNGELES Y DEMONIOS: LOS ÁNGELES, SU CONOCIMIENTO...

GRUPO CARMELITA DE ORACIÓN


Curso 2016-2017


ANGELES Y DEMONIOS


2. Los Ángeles: su conocimiento, contemplación-voluntad-libertad-amor


12- Enero - 2017



P. Salvador Villota  O. Carm.                                                Archivo de sonido: pulsar para escuchar

domingo, 8 de enero de 2017

GRUPO CARMELITA DE ORACIÓN

GRUPO CARMELITA DE ORACIÓN 
Curso 2016-2017
Ángeles y Demonios
El Carmelo
Aviso

Se notifica que a partir de este jueves 12 de enero, las charlas del Grupo Carmelita serán en el SALÓN 0 de los salones parroquiales de la calle Bachiller 3 (lateral del templo parroquial) a la hora de costumbre, 19 h.


FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Ciclo A
"Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero." 


ISAIAS 42, 1-4.6-7
SALMO 28, 1-4.9-10
HECHOS 10, 34-38
MATEO 3, 13-17


Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                    Archivo de sonido: pulsar para escuchar


¿Quién es el P. Salvador Villota?

Religioso y sacerdote carmelita de la provincia Aragón-Castilla-Valencia.
Doctor en Ciencias Bíblicas por el Instituto Bíblico de Roma.
Actualmente es profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia (España).
Desde estas líneas queremos agradecerle tanto su celo y dedicación, como su consentimiento para publicar estas homilías, en la confianza de que pueden hacer un gran bien a aquellos que las escuchen.


viernes, 6 de enero de 2017

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR

Ciclo A

"De rodillas delante de tí te digo: Tú eres mi Señor y yo dependo de Tí."



ISAIAS 60, 1-6
SALMO 71
EFESIOS 3, 2-3a. 5-6
MATEO 2, 1-12 

Homilía por P. Salvador Villota, O. Carm.                    Archivo de sonido: pulsar para escuchar




 

lunes, 2 de enero de 2017

HOMILÍA MISA FUNERAL POR ENRIQUETA

24-XII-2016
Homilía misa funeral por Enriqueta Moltó Atienza

P. Salvador Villota Herrero, O.Carm.
2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; 
Salmo 88(89),2-3.4-5.27.29; 
Lucas 1,67-79
Queridos hijos, nietos, biznietos (que pienso también tenía ya unos cuantos), amigos y conocidos todos de nuestra hermana Enriqueta.
Dios ha querido llamar a nuestra hermana al concluir el Adviento de este año 2016, y su fallecimiento debe ser una ayuda para cada uno de nosotros; una ayuda para que vivamos la Navidad de un modo mucho más veraz en el Señor y hacia el prójimo. Tantas veces, predicando durante este Adviento, he preguntado: “¿Qué regalo quisieras dar a la persona que más amas, si fuera su último Adviento o Navidad?”. Pues bien, el fallecimiento de Enriqueta tiene que hacernos replantear esta pregunta y ayudarnos a responderla con verdadero amor hacia la persona a quien amamos, considerando lo importante que es para nosotros.
De hecho, la limitada existencia del hombre sobre esta tierra es una palabra de Dios. Y el nacimiento, al igual que la muerte, subrayan de modo particular la cercana presencia de Dios, quien, a través de ellas — de la vida y de la muerte —, ofrece, a todos los que son testigos de ellas, muchas gracias a las que deberían estar abiertos para recibirlas. Pues bien, esta palabra de Dios que, para la existencia humana, es la muerte, no sólo afecta al que fallece sino también, y de modo más directo, a aquellas personas que más contacto tenían con la persona fallecida, en este caso con nuestra hermana Enriqueta, aunque también atañe a todos los demás que hemos tenido, de uno u otro modo, relación con ella y que, por gracia de Dios, nos encontramos aquí en esta celebración eucarística.
Delante de sus restos mortales y orando por su eterno descanso, Enriqueta (que estando ya en la presencia de Dios desea ardientemente, y sin mengua, vivir eternamente unida a Él, sin sufrir los altibajos que se experimentan mientras permanecemos en la tierra) quisiera ahora que, contemplando sus restos corporales, meditáramos sobre lo que verdaderamente es relevante en nuestra existencia. Pues con razón dice el sabio que “más vale ir a casa de luto, que ir a casa de festín, porque allí termina todo hombre, y allí el que vive, reflexiona” (Qo 3,2). Por tanto, deberíamos meditar y considerar seriamente nuestra propia vida, delante de un cuerpo muerto, sin vida, sin alma.
Hay, diría yo, tres aspectos en los que somos seriamente cuestionados. El primero es que, ante el cuerpo muerto, deberíamos darnos cuenta de la futilidad de las cosas del mundo; de la vanidad de todo aquello en lo que ponemos nuestra esperanza. Nada de ello, ya sea dinero, placeres, poder…, es capaz de retener la vida, de mantener el alma en el cuerpo. Podía habernos tocado anteayer la lotería y poder ser sepultados envueltos en billetes de 500€, pero eso no habría sido capaz de retener la muerte, no habría evitado que el alma saliera del cuerpo. En nada de este mundo, nos diría ahora Enriqueta, merece la pena poner el fundamento de nuestra vida. Todo eso pasa y tendrá que ser dejado. Es fútil, inútil, vacío, total vanidad.
El segundo aspecto es que, ante un cuerpo sin vida, uno se da cuenta de la soledad que le es propia a la naturaleza humana. Hemos nacido para vivir en relación con los demás. Quisiéramos que aquella persona que amamos nos amara de tal modo que estuviera dentro de nosotros y que desde dentro nos comprendiera, nos ayudara a vivir los momentos de alegría, así como a superar los momentos de dificultad, de enfado, de empecinamiento... Pero sabemos que no podemos. Que al final nuestro egoísmo termina imponiendo su lógica y el orgullo su locura de dominio, y nos sentimos solos, incomprendidos, tristemente abandonados, desolados. Una soledad humana existencial que el pecado ha extremado y ha afectado con el profundo sentimiento de muerte al separar al hombre pecador de la fuente de la vida que es Dios. Sea como fuere, solos vivimos y solos morimos, no obstante todos lo que puedan circundarnos.
El tercer y último aspecto que quisiera señalar es que ante todo el cuerpo sin vida de una persona, todo hombre, creyente o no, sabe que es emplazado ante un Juicio. Sabe, en su fuero interno, que se va a encontrar pronto ante Alguien que le pedirá cuentas de su vida, porque todo lo que ha recibido no le pertenece, es de ello un mero administrador. Ante este juicio, a veces inconscientemente, el hombre se esconde, huye, se empecina en un ajetreo sinsentido, en caminos de desenfreno, o en senderos de desesperación, de tristeza, de abatimiento.
Futilidad, soledad y juicio. He ahí la enseñanza de qué es nuestra existencia ante el cuerpo fallecido de nuestra hermana Enriqueta.
Sin embargo, esto no es todo. Y aquí es donde quiere poner ella, junto con toda la Iglesia, el acento. Ni todo es futilidad, soledad y juicio, ni a ello debe reducirse nuestra vida por ser unos necios. Enriqueta lo aprendió y supo volverse a Aquel que transforma lo fútil en don, la soledad en estado de entrega, el juicio en motivo de alegría y esperanza.
La verdad de esta novedad lo manifiesta esta liturgia que celebramos. Jesucristo está presente en medio de nosotros. Ha formado un pueblo de creyentes, del que Enriqueta formaba y forma parte. La asamblea muestra a aquellos que han sido tocados por la gracia de Dios en la proclamación del Evangelio, y están siendo transformados en hijos e hijas de Dios.
También nos hablan de la presencia de Cristo los signos: el cirio encendido, el sacerdote que nos preside, el altar… Los signos expresan la realidad que vivimos en la Iglesia. No aparecen los signos antes, sino después de haber experimentado la acción salvadora de Dios en la historia humana, en la propia historia personal. Muestran la verdad de Cristo para cada cristiano: Él es Luz, es Vida, es Presencia salvadora.
También la misma predicación manifiesta la presencia del Señor resucitado. La cruz enorme que se laza ante nosotros, siempre muestra a Jesús victorioso de todo aquello que al hombre le introduce y conduce a la muerte. Y es el Espíritu Santo el que da testimonio a nuestro corazón acerca de Cristo muerto y resucitado. Enriqueta lo recibió y aprendió a ir caminando al encuentro del Señor como discípula suya. Y así nos lo dice ante su cuerpo muerto, pero arropado por esta asamblea de fieles cristianos: “Acoge a Cristo quienquiera estás aquí y escuchas estas palabras, y entonces superarás la futilidad de las cosas y de la vida, la soledad que envuelve en las tinieblas, y el juicio de condena que pesa sobre ti por tu pecado”.
Para el que se une a Cristo en la fe, las cosas dejan de ser entonces un absoluto, y se convierten en un medio para enriquecerse ante el Señor. Deja de utilizarlas para hacer su voluntad y obtener sus caprichos, y pasa a emplearlas para ayudar al prójimo, para hacerse amigos para el Cielo (Cf. Lc 16,9-13). Enriqueta supo usar los bienes para servir a Cristo, para manifestarle que le amaba, para darle gracias. Sabía que no eran un absoluto, que no eran capaces de dar la vida.
La soledad la quiebra la presencia de Cristo en el corazón humano por la fe. Él vive dentro del cristiano. Él es el que verdaderamente nos ama donde nadie nos ama, ni nos soporta. El mismo sentimiento de Su ausencia, se convierte en un eco permanente de su presencia amorosa. Enriqueta vivió la soledad, le acompañó durante mucho tiempo en su vida, pero en Cristo supo vivir después su soledad colmándola de la presencia del Señor.
El cristiano, finalmente, acogiendo a Cristo se sabe perdonado, y, como dirá Santiago, teniendo dentro de sí la misericordia del Padre, se ríe del juicio (Cf. Sant 2,13). Se confiesa pecador y con fe recibe el perdón del Dios en Cristo, su Hijo, y se encamina hacia el juicio con la esperanza que no falla: Dios-Padre le ama y le perdona. Basta haberse acogido al perdón ofrecido, al amor derramado, a la misericordia entregada en Jesucristo. Su amor nos salva de la ira del pecado y de la condena, y nos introduce para siempre en el seno del Padre. Por eso el cristiano no muere solo, Cristo está con Él durante su vida y en el mismo momento de la muerte. Así falleció nuestra hermana. Sus últimas palabras manifestaban esta verdad que vivía en su interior, cuando decía poco antes de dormir en el Señor: “Amo a Jesús y le doy gracias por todo. Dios todo lo ha hecho bien en mi vida, todo. Y le amo, sabiendo que voy a su encuentro para vivir siempre unida a Él”.

Demos gracias a Dios por nuestra hermana. Pidámosle que la acoja para siempre en el Cielo. Y confiemos ya en la intercesión de Enriqueta por cada uno de nosotros, para que creyendo en Cristo, abandonemos la futilidad de las cosas de este mundo, superemos la soledad y vivamos con paz, seguros de su perdón, de su amor y de la vida eterna que nos tiene prometida. Así sea.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

1 de Enero de 2017

Números 6, 22-27
Salmo 66
Gálatas 4, 4-7
Lucas 2, 16-21

Homilía por P. Salvador Villota.  O. Carm.                                             Archivo de sonido: pulsar para escuchar